EL BAÚL DE LAS PALABRAS PERDIDAS
Luna… ese es mi nombre, mis
padres dijeron que me pusieron este nombre para que pudiera estar siempre al
lado de las estrellas. Son unos consentidores, siempre han sido muy especiales
conmigo, el día de mí matrimonio, creo que ellos eran más felices que yo. Tengo
un esposo encantador y dos hijos maravillosos, el mayor se casó con una mujer extraordinaria
hace poco, y ese evento tan importante fue quien me llevó a relatar esta corta
pero impactante historia, la historia de una mujer que realmente supo dar su
vida.
En una mañana cualquiera, antes
del matrimonio de mi hijo mayor, estaba organizando el desván, este iba a ser
el hogar temporal de esta nueva pareja, mientras podían pasarse a su nuevo
apartamento. Me paré en la entrada de
ese lugar, parecía tan lúgubre, oscuro, lleno de cosas, desordenado -Dios
cuántas cosas, no voy a acabar nunca!- era lo único que pensaba en esos
momentos.
Saqué todo; un armario viejo que
igual contenía ropa de épocas pasadas, bien pasadas, juguetes de cuando mis
hijitos estaban muy chiquis, había muchos objetos que me llenaban de recuerdos,
los cuales iba apartando para mirar donde los ubicaría en mi casa, eran unos
tesoros; en fin, un sinnúmero de cosas que iba separando para botar, donar o
ubicar en mi casa. Ya casi terminando encontré un baúl, no muy grande, era del
tamaño suficiente para que le cupieran documentos, la verdad no recuerdo
haberlo visto nunca, pero a mí me encanta ver cuántas fotos y diarios
encuentro, así que lo dejé para el final y poder disfrutar a plenitud los
tesoros que encontraría allí.
Así fue, encontré mil tesoros,
fotos de mis abuelos paternos y maternos, fotos de mis padres, fotos mías
cuando estaba recién nacida, gateando, caminando, jugando, bailando, en paseos,
mejor dicho “la colección”. En el fondo de este pequeño y muy elaborado baúl,
encontré una carta, eso sí que me generaba curiosidad, tomé el sobre, lo abrí,
saqué todo su contenido, varias hojas amarillas por el paso del tiempo, las
desdoble, eran escritas a mano, con una letra hermosa, su fecha ya no se veía,
estaba muy borrosa, era bastante antigua. Me acomodé en el piso, recostada
contra la pared, a mí lado una taza grande de café, pues el deleite de esta
carta igual debía ser acompañado con un sabor muy agradable a mi paladar,
cuando comienzo a leerla, esto fue lo que encontré:
Esta carta te la escribo con las últimas fuerzas
que me quedan después de haber cumplido la promesa que te hice el día que yo
creí el más feliz de mi vida: “hasta que la muerte nos separe”.
Este es el momento para hacer el recorrido y
entender el porqué de esta situación. Hoy recuerdo cuando te conocí, eras tan
guapo, tan caballero, tan elegante, educado, inteligente, eras el mejor
hombre del mundo –bueno, según mis ojos ciegos, hoy más que nunca comprendo
aquel refrán que dice “no hay peor ciego, que aquel que no quiere ver”-.
Inició nuestro romance, éramos la pareja show, tú
tan guapo y yo tan linda, todos nos envidiaban, todos comentaban lo bien que
nos veíamos juntos, bueno, algunas veces te molestabas un poco cuando hablaba
de más con mis amigos, me regañabas porque parecía que fuera un poco coqueta,
y claro, tenías toda la razón, si yo te tenía a ti, todo para mí, pues así
debía ser de mí hacia ti, única y exclusivamente toda para ti. Uhmmm que
tonta, tu actitud me decía tantas cosas y yo no me daba cuenta de nada…
Los días, meses pasaban y me fui enamorando
locamente de ti, dependía de tus sueños, tus deseos, tus ilusiones; ya sabes
fui educada para ser la mujer perfecta, debía ser habilidosa y entender cada
mensaje oculto de tus actos, palabras, actitudes e incluso de tus silencios;
por supuesto, cada comportamiento tuyo lo debía interpretar perfectamente y
así hacer todo lo humanamente posible e imposible para que esta hermosa
relación continuara así, como en un cuento de hadas.
Por fin, por fin llegó el día más anhelado de mi
vida, el día en que vestida de blanco recorría en un altar el sendero
maravilloso para dar el SI, esta sencilla palabra que cambiaría mi vida, que
haría realidad mis sueños e ilusiones, el mundo color rosa, además recuerda,
allí te hice la mayor promesa de vida que se puede dar: Hasta que la muerte
nos separe. Todo era felicidad, la gente aplaudía, nuestras familias estaban
radiantes, el día y la noche fueron las más espectaculares, que más le podía
pedir yo a la vida. Era tan feliz, estaba con el hombre de mi vida sellando
un pacto de amor perfecto con un apasionante beso!!!. Luna de miel… la mejor,
la que había soñado: junto a ti.
Dos semanas, tan solo dos semanas de vida
matrimonial feliz, porque una mañana te enojaste al no encontrar toda tu ropa
lavada, planchada y organizada, tenías una reunión tan importante y debías
irte con tu mejor gala; todo por culpa mía, que inepta, que inservible, que
estúpida y mil palabras más me dijiste sin dejar de acompañarlas con varios
golpes; te arreglaste con lo que encontraste y saliste apresurado y yo
llorando lo único que pensaba: “tengo la culpa, tengo la culpa”, pero aún así
te perdoné y esa noche me entregué a ti como nunca, sin importar que aún mi
cuerpo estaba adolorido y maltratado, pero es que yo sabía que todo había
sido mi culpa.
Y entre tantas entregas apasionadas y llenas de
amor llegó el fruto tan anhelado, bueno por mí, porque para ti siempre fue un
estorbo, un malestar, mi niño te incomodaba, no te gustaban sus gritos, sus
juegos, sus preguntas, sus necesidades. Lo único que mi hijito representaba
para ti era un estorbo.
Los golpes continuaron junto con tu muy
enriquecido léxico, nunca en mi vida había escuchado tantas palabras tan feas
juntas y dichas por una sola persona hacia otra, pero yo tan ingenua siempre
te creía el “perdóname, nunca más va a volver a suceder, entiéndeme estaba
tan estresado, te amo, tú eres la mujer de mi vida”, necesitaba creerte,
necesitaba oír esas palabras en tu voz, pues te amaba, te amaba como el
primer día, te amaba con pasión y locura y no podía dejarte, no me importaba
tener que ocultar los golpes en mi cuerpo, las cicatrices en mi cara, el
dolor inmenso de mi corazón. Además, si me separaba ¿qué dirían de mí? ¿Para
dónde cogería? ¿Qué le diría a mi hijito? ¿Cómo suplir tu ausencia? Pues
aunque de buen padre no tenías nada, mi bebé necesita de la tan importante
imagen paterna.
Y así pasó mucho tiempo, justificando tu
comportamiento agresivo y abusivo, además, tus palabras rebotaban
constantemente en mi cerebro: “Tú me hiciste hacerlo; Solo lo hago por tu
bien; Solo recibes lo que mereces; A mí me duele más que a ti; No puedo vivir
sin ti; No puedes hacer nada bien”; todas me las creía, como no creerlas, si
cuando me las decías iban acompañadas de golpes, patadas, puños, bofetadas,
empujones. Cada día tenía una historia más que vivir y recordar sobre tus
maltratos, como por ejemplo, cuando me metías bajo de la ducha y me dabas
puños, bofetadas, patadas y así mojada debía ir a preparar tu alimentación.
Que tal cuándo tenías deseos y me obligabas a estar contigo y fingir
felicidad y placer absoluto, pero mejor cuando por las llamadas de mis
hermanos me insultabas y me golpeabas porque según tú, hasta ellos eran mis
amantes. Pero la máxima cuando luego de golpearme me obligabas a llamar a mis
padres para decirles lo feliz que era a tu lado.
Tenía miedo, si físico y absurdo miedo, miedo a
que llegaras y encontraras una razón más para castigarme, miedo a no haber
hecho las cosas bien, miedo a separarme de ti, porque tenias toda la razón,
era una buena para nada. Claro que sentía rabia, especialmente de aquellas
personas que decían que una mujer que se deja golpear es porque le gusta,
ahhh, ¿qué tal?, se nota que nunca han sentido ese miedo que apodera, que
inmoviliza, que acobarda, que intimida, no han sentido un temor causado por
eventos continuos llenos de golpes, humillaciones, palabras hirientes y mil
cosas más. Qué fácil es juzgar, qué fácil es opinar, cuando las situaciones
se ven desde lejos y no se viven en carne propia.
Además cada día recordaba el juramento que te
había hecho frente a Dios “hasta que la muerte nos separe”, así que ya tomaba
tus maltratos como parte de mi vida, de nuestras vidas. Ya ni me dolía,
parecía que mi cuerpo fuera de hierro, tus golpes casi que rebotaban, pues
eran normales, si no lo hacías, no me golpeabas, algo estaba pasando, no sé
qué, pero algo podría estar pasando.
Así pasaron días, semanas, meses, años… hasta que
esa noche llegaste como siempre, malhumorado, gritando, insultando; tus
gritos eran tan fuertes que no escuchaste cuando mi hijito entró a nuestra
habitación, a pesar de sus cortos tres añitos, se enfrentó a ti, te lloraba y
suplicaba que no me golpearas, pero tú no lo quisiste escuchar, al contrario
giraste hacia donde estaba mi niñito, y lo empujaste, lo empujaste tan fuerte
que lo estrellaste contra la pared, quedo inmóvil, ya no lloraba, ya no
gritaba, ya no me defendía, pero su objetivo si lo había logrado, evitar que
tú me golpearás más. Después de esto todo fue un caos total, la policía, la
ambulancia, la clínica, los médicos, aparatos conectados en el cuerpecito de
mi muñequito, de mi regalito de vida, de mi centro del universo, de mi
estrellita, de mi todo. La sala de espera llena de gente que entraba y salía,
de caras extrañas, de personas abrazándose de felicidad otros de tristeza,
todo era tan agobiante, tan estresante, tan doloroso.
Fueron muchos días de idas y venires, yo solo iba
a casa a buscar algo de ropa o cosas importantes para mi hijito, el hospital
era mi segundo hogar, ya llevaba 30 días así, mi niño no se recuperaba, pero
yo no perdía mis esperanzas; hasta que llegó el médico y me dijo que ya no
había nada más que hacer, que mi estrellita presentaba muerte cerebral, que
debía dar la autorización para que lo desconectaran; fui y me despedí de él,
le agradecí porque dio su vida por mí, esperando solo a cambio mi felicidad,
cuando le di un beso y un abrazo lleno de toda mi ternura, amor maternal, de
mi vida, lo único que escuche fue el pito continuo de la máquina avisándome
que ya nunca más iba a tener a mi hijito a mi lado, que se había ido para
siempre.
Lo único que recuerdo después de eso es haber
despertado en un consultorio, estaba conectada a un pote de suero y con la
noticia que estaba nuevamente… embarazada.
Salí del hospital camino a “mi hogar”, no sé si
fue un trayecto largo o corto, pero si suficiente para recrear en mi mente
todo lo que tú nos habías hecho vivir… y morir, pensando qué iba a ser de
este nuevo bebé contigo al lado, tú un miserable absoluto y yo una total
madre incompetente, mujer de poca monta.
Llegue y te vi, estabas llorando y me pedias
perdón, ME PEDIAS PERDON!!! Si este no fue un golpe más, no fue un insulto
más, no fue un día más. MATASTE A MI HIJITO, LO MATASTE, LO MATASTE, no voy a
permitir que hagas lo mismo con este nuevo ser que viene, mi hijo no merecía
morir, no debía morir y mucho menos de esa manera, por qué era mi bebe, mi
estrellita quien moría cuando debías ser tú quien debería estar en ese
maldito ataúd, deberías ser tú quien debería estar enterrado a 100 metros
bajo tierra, tú, solo tú y nadie más que tú!!!
Hoy estoy en una cárcel pagando un crimen que sí
cometí, te maté, enterré un cuchillo en tu pecho, quería abrirlo y saber si
tenias corazón, nunca lo encontré, al parecer nunca existió.
Mi hijita nació, y le puse como nombre Sherezada, porque fue capaz de salvar su vida, a pesar de
tanta adversidad. Solo la vi cuando nació, la di en adopción a una familia
maravillosa, la mejor que podía encontrar en honor a la vida de mi gran
estrella, en honor a mi lucha y en honor a ella. Cada día de mi vida le pido
a Dios que Sherezada sea la mujer más feliz del mundo, que su familia la
proteja como el tesoro más grande del universo, que si se casa sea con el
hombre más maravilloso del universo, que sus hijitos vivan el respeto, el
amor, el futuro, la felicidad a través de su ejemplo y de su linda historia
de vida creada y recreada por los seres que tanto la aman.
Y tú, dónde estarás: ¿en el infierno o en el
purgatorio? No sé y ya no importa, no te he perdonado, pero si te he olvidado
y eso me ayuda a vivir esta libertad tras las rejas, a acompañar a otros
seres a que encuentren su fortaleza antes de que sea demasiado tarde. Hoy
lucho porque noche tras noche una estrellita alumbre en la oscuridad.
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No sé cuánto tiempo lloré y lloré
al enterarme de mi verdadera historia y al comprender el significado universal
de la lluvia de amor que he tenido durante toda mi vida, mis padres, mi esposo,
mis hermosos hijos.
Igual, entendía cuál era el mejor
regalo de bodas que podría ofrecerle a mi hijo y su futura esposa…
Escribí una historia, una
historia de amor verdadero, puro y sin condición, la adorne con lindas fotos
antiguas de parejas felices, aquellas que encontré en tan maravilloso baúl, la
empaste con el más hermoso cuero y lo termine de adornar con las palabras:
“Mira como las
estrellas tiemblan de amor y esperanza… al alba venceré”
Nessun Dorma de la
Opera Turandot
Si, esta es la historia de vida
que mi madre me dejó y que hoy quise compartir, aunque ella y su estrellita
dieron sus vidas, hoy sé que no fue en vano, sus sueños y hermosos deseos son
realidad. Mamá, soy tan feliz gracias a ti. Estrellita siempre estaremos
juntos, recuerda que noche tras noche nos encontramos en el hermoso firmamento.
Sherezada